martes, 12 de octubre de 2010

Feria X

Sentado en la cama. Recordando todo lo que había pasado desde aquella tarde. Un miércoles de Noviembre. Podía haber sido un día más pero no lo fue. Solo fue la gota que colmo el vaso.

Seguramente habrá quien crea que un acto, un día, un momento, una palabra pueden redimir a un hombre, hacerlo cambiar, conseguir que se de cuenta de sus errores y ser el motor de su "nueva vida". Él nunca lo creyó así, ni perdón ni olvido. hay cosas que jamas se pueden deshacer. Entendió que tenía una deuda que saldar, que hiciese lo que hiciese no podría pagarla nunca y que, aún así, era momento de empezar a pagarla.

Sujetaba aquel primer libro, el único que no había entregado a su propia fortuna, "al mundo". Conservaba las libretas, aunque no le hacía falta, recordaba cada palabra, cada coma, cada giro, como si los llevase escritos en su propia piel. Hacía mucho que había terminado con su propósito original, pero la deuda seguía pendiente, así que continúo, él mismo, con el trabajo de Gabriel.

"¿Seguirás abandonándolos?", había preguntado Eva. Era imposible recordar cuantos había dejado atrás, ni siquiera recordaba cuales eran propios y cuales de Gabriel.

Podría querer entenderse su gesto como una expiación, como una pena, una condena, un homenaje, un tributo, pero no era nada de eso, nada lo devolvería a su barraca, tampoco la expansión de sus propias palabras, de sus sueños. Era algo que sencillamente debía hacerse, una explicación tan pobre como justa.

En los primero días después de la muerte de Gabriel, simplemente leía y leía aquellos cuentos una y otra vez. Nunca le había gustado leer, ni de pequeño ni de mayor, para que perder el tiempo entre libro si se podía perder entre las piernas de una mujer o encontrarlo en el fondo de una botella.

Poco a poco sintió la necesidad de contar aquellos cuentos a la gente, narrar aquellas historias. Quizás si hubiese nacido en otro lugar, si hubiese tenido educación formal o si no hubiese sido un feriante y un borracho, habría publicado alguna novela, o se habría convertido en cuentacuentos. Para lo primero le faltaba madurez, para lo segundo le faltaban fuerzas. Así que optó por el camino del medio; un atajo.

Nadie puede pretender que un hombre que no ha leído por voluntad propia jamás, empiece a hacerlo sin más, siguiendo su propio criterio, sin más indicaciones que las de su propio instinto.
Por suerte para Lucas, Alberto estaba allí.

Reacio en un principio, quizás por timidez, quizás por un cierto rencor o tal vez por un cierto miedo a seguir igual suerte que Gabriel bajo el dudoso amparo de Lucas. La costumbre creó cierta dependencia entre ambos, cierto acuerdo del que ambos sacaban algo provechoso.

Alberto descubrió que, si bien Lucas seguía bebiendo, jurando y follando tanto o más que antes, se comportaba de un modo diferente: no rehuía la compañía del resto de la Feria, visitaba regularmente a su hermana y su marido y se mostraba especialmente respetuoso y amable con él.

Lucas se dio cuenta de cuanto necesitaba Alberto sacar la cabeza de tantos libros, salir algún día con personas reales vivir.

Aquella no era, por supuesto, una relación profesor-alumno, ni maestro-discípulo, ni ninguna estupidez de esas que se suelen ver en las películas: "Hombre vive situación límite que cambia su vida, descubre guía espiritual y se replantea toda su vida y sus relaciones, convirtiéndose en un ejemplo de superación". Esas cosas no ocurren. El mundo no es tan sencillo.

Lucas canalizó sus inquietudes a través de Alberto. No solo le facilitó un lugar donde encontrar más literatura, la red de bibliotecas municipales y nacionales del país, sino que, de alguna manera, le servía como guía dentro de ese mundo que siempre le sería ajeno, por ser heredado. Además, teniendo la misma edad, en cierto modo hacía de substituto.

No podría decir que libros había "infectado" con sus relatos, ni cuantos, ni donde estarían. Recordaba perfectamente la mezcla de miedo y adrenalina que sintió al devolver el primer libro con uno de sus relatos viviendo en sus márgenes. Volver a la misma biblioteca meses después para "ensuciar" las páginas de algún otro clásico después de haberlo leído.

No entendió muy bien no haber recibido alguna queja, carta, protesta, que le hubiesen retirado el carnet de usuario, casi esperaba algo, un gesto que lo contradijese. Supuso o a la gente, o incluso a los propiosbibliotecarios, les gustaban los relatos y por eso no decían nada o bien la gente era tan vaga, tan descuidada, tan pasiva que decidían no protestar. Siempre decidió inclinarse por la segunda opción, no por una sensación de falsa humildad, sino por una profunda e inexpresada convicción de que el ser humano era así.

Como la explicación nunca llegó, él lo olvidó y siguió adelante, como una costumbre más.

De algún modo el hecho de que Eva hubiese encontrado aquellos relatos, unos pocos al menos, aunque acabaría encontrándolos todos sin dificultad, lo obligó a plantearse el origen de aquella costumbre e incluso su continuidad.

¿Tenía algún sentido seguir adelante con lo que había sido un juego privado, al que nadie estaba invitado, a pesar de lo público de sus muestras?. Aquella chica lo había arruinado todo, y no solo encontrando sus relatos, también permaneciendo en su cabeza como un nítido recuerdo.

No tenía demasiado sentido plantearse una solución para aquel problema. Eva desaparecería, los relatos seguirían apareciendo, y no podía tomar parte sobre que decidiría hacer con ellos.

La feria seguiría girando y girando y él con ella, con ellas, con todas las ellas que pudiese encontrar y olvidar.

Él y las palabras que se amontonaban en su cabeza y en los márgenes de las grandes obras de la literatura universal. Entre los tomos de cada libro, encerradas en cada estantería de cada biblioteca de provincias. Ocultos dentro del sistema nacional de redes de bibliotecas.

O quizás no.

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