Recientemete he tenido, de nuevo, una discusión con algunos miembros de mi familia, a propósito de la necesidad de ciertas normas de etiqueta, o de regulación del vestido en los ámbitos de trabajo. Como en muchos otros casos, como sabréis o iréis comprobando, hemos chocado frontalmente.
Nunca sabré precisar si es que me paso de idealistas, si por defecto de educación, de nuevo, pero sinceramente no soporto que la gente tome convenciones sociales, como verdades objetivas, inamovibles, o aún peor, autoevidentes y/o indiscutibles.
Que alguien pueda considerar que es beneficioso, útil, o preferible, que una persona vista con arreglo a ciertas normas de etiqueta o con un "arreglo" mínimo, es algo que no comparto, pero que puedo entender. Lo que ni comparto, ni comprendo es como alguien realmente puede creer que ello se debe a una cuestión tautológica, y por tanto ajena a toda argumentación.
Puedo conceder, compartir, hasta cierto punto, que a un individuo que trabaje en atención al público, que represente la "estética" de cierta corporación o empresa, estamento público, etc. se le exija, cierto modo de vestimenta, en correlación a la imagen que dicha corporación decide exponer ante su público.
La discusión se originó, del modo más inocente y peligroso, con la siguiente afirmación de mi padre: "Quique tiene un compañero, en el despacho, muy buena persona y muy trabajador, pero que se presenta en la oficina con pantalones cortos e incluso sandalias". No reproduciré el conjunto de la discusión, me imagino podéis haceros una idea; solo debo aclarar que el sujeto en cuestión efectivamente lleva a cabo su trabajo con eficiencia y responsabilidad, es buen compañero y no desempeña ninguna labor relacionada con la atención al público.
Mi pregunta es simple: ¿realmente importa el aspecto de una persona, dentro de unos parámetros que no afectan a su trabajo, ni al de sus compañero, más allá de ciertas convenciones inútiles?. Me llama poderosamente la atención la idea de que la forma de vestir, o el aspecto físico de una persona la determina de un modo indiscutiblemente mayor que sus intenciones o incluso sus actos. No deberíamos superar, de una vez por todas, una cierta idea asociativa entre ciertas estéticas personales, de indumentaria, etc. y una forma de ser o actuar.
Incurriendo en un tópico un poco demagógico pero ilustrativo: es preferible depender un hombre o una mujer con un aspecto que difiera de ciertas normas estéticas, o de nuestras propias ideas de elegancia o corrección, que de hecho cumple con creces sus funciones, o por un hombre, o una mujer, impolutamente vestidos, pero que carece, de hecho de las normas básicas de educación o de las capacidades para desarrollar su trabajo de un modo adecuado.
Por otra parte, la solución está al perfecto alcance de una medida radical, pero no diferente de la imposición de unas normas de etiqueta en el trabajo: el empleo de uniformes en el espacio de trabajo, con lo que no solo se evita la libre determinación del aspecto personal, sino que además se consigue la total indiferenciación de los individuos que pertenecen a la corporación, todo un éxito.
Se que me veré en la obligación de retomar esta discusión, en la vida real y en alguna nueva entrada, así que, estas lineas deben servir como introducción
Maquínico
Hace 12 años
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