miércoles, 9 de diciembre de 2009

Cuentos de un escritor en la Alhambra (parte II)

Un escalofrío que recorre mi espalda, una nueva arcada, punzantes agujas en mi estómago, y un terrible sabor a vómito en toda mi nariz. Los remordimientos amartillean mi cabeza, tan solo un poco menos que una terrible y merecida jaqueca. Odio esa sensación de culpa, y aún así no he conseguido desterrarla después de tantos años.
Vuelvo a mi cama me tiro en ella sin el más mínimo cuidado, luego limpiaré el baño…aunque no se merecen encontrárselo así, se han portado realmente bien y solo faltaba que se levantasen y encontrasen todo tan sucio.
Dedico unos minutos a recoger los pocos restos que han caído fuera de la taza, rocío con limpiador el water y paso un poco el estropajo. No se si aún huele a vómito o es ese dichoso olor pegado en mi nariz. Me lavo la cara y no me la seco, entorno la puerta del baño y tambaleándome me meto en mi habitación: exhuma olor a pies, sudor y alcohol. Abro un poco las dos ventanas, por pura necesidad.

Suspiro tumbado en la cama, de que me sirvió, no estoy menos triste, no desapareció su imagen y el estomago me sigue doliendo, aunque de otra manera, quizás más aprensible, más humana, al menos ahora se por que me duele y lo que puedo esperar. Quizás eso quería conseguir, sentirme mal por algo tangible, por una resaca y no por ella, no otra vez.

Duermo otras dos horas y decido que ya es tiempo de enfrentarme al mundo, que sea viernes no significa que pueda quedarme tumbado entre las sábanas y la autocompasión, que no es mejor que la morfina. Necesito un cigarrillo, para matar los sabores, quizás un café. ¿Qué hacía los días de resaca antes de empezar a fumar?...supongo que disimular para que mis padres pudiesen evitar lo evidente, o simplemente recuperarme diez veces más rápido, llevo años haciéndome viejo.

En la sala esperan ellas, dos sonrisas comprensivas y sus eternas ganas de escuchar, o la perfecta conjunción de empatía, ternura y buena educación. Hubo un tiempo en el que yo habría estado levantado, esperando a alguien, con café y una sonrisa parecida, pero no en estos días, no desde hace demasiado.

- Vaya cara ¿no?, ¿Ayer fue duro?

- No más que levantarse la verdad- comento mientras voy a la cocina a por una taza.

- Ya son las tres y cuarto-admito sorprendido al ver el reloj de la cocina.

- Jajajaja- ríen desde el salón ante mi completa desvergüenza

Acordes de Extremoduro se acercan a mis odios a medida que me acerco al sillón. Realmente he tenido suerte con ellas, demasiada, suelo pensar…

-“¡Esa canción no!”- pienso para mi, aunque no lo digo. El estómago se queja de nuevo, y no consigo saber si son nauseas o melancolía.

- ¿Qué tal ayer vosotras?

- Bien, pero tu eres el que tiene una historia que contar…

Sabía que el interrogatorio llegaría, y no se merecen menos que la verdad, y yo necesito hablar con alguien. Les cuento todo, con detalles, del único modo que se: las sonrisas, la confianza, los pocos momentos incómodos, todas las cervezas, olvido casi todos los nombre de los bares, recuerdo cada gesto, cada palabra que me dijo. La inconsciencia de María que no para de proponernos posibles parejas, ajena a nuestra historia personal. La incomodidad en la despedida, lo raro, la nausea, el camino, la rabia contenida, la ganas de caer en cualquier banco y dormir allí, si hubiese tenido cinco años menos o me hubiese tomado diez copas más. Hecho de menos a alguien pero ni siquiera se a quién…

Sonríen, confortan, me dicen que tengo que tener paciencia, pero que las cosas hay que hablarlas antes o después, que sino todo puede hundirse sin remedio. Como todo buen consejo, solo te dicen lo que ya sabes pero no te atreves a pensar.

Quiero perder el día, no hacer nada, aguantar y que simplemente pase; cuanto más años pasan más niño me vuelvo. Se hará largo, la resaca, los nervios, la angustia de no saber donde me estoy metiendo, todo, no me dejarán en paz. Debería echarle un ojo al segundo borrador, probablemente lo haga, siempre escribo mejor cuando estoy triste, es como una enfermedad y su cura. Un baño de letras siempre sienta bien, ocupa la mente, sirve de regocijo, empaparse desde la rabia a la nostalgia, no parar de teclear, con música, siempre con música, un cigarrillo en los descansos, un café a media tarde…suena mejor de lo que será.

Me quedo un rato más con ellas, les pregunto por su noche, no hay demasiado que contar, la formalidad de dos buenas relaciones, una manta compartida y una película los domingos, se han ido a dormir pronto.

- ¿Cuándo tienes que entregar el borrador?

- El jueves pero casi está terminado, no estoy contento, pero no se funcionar con plazos tan estrictos.

- ¿Podemos echarle un ojo?- me preguntan y se que se interesan de verdad.-

- Se supone que no, pero tampoco es un “best-seller”, y teniendo en cuenta que
sois mis lectoras potenciales…si claro, luego os lo imprimo. Deben ser unas cuarenta páginas.

Harán sus cosas, estudiarán un poco, verán alguna película mala en la tele, sin prestarle demasiada atención, merendarán algo, y seguirán estando ahí. Apuró las últimas caladas al cigarrillo pero mi cuerpo se resiste a obedecer, apoltronado en el sofá prefiero seguir hablando, si escribiese con la misma facilidad que hablo sería más fácil, aún más si actuase más y hablase menos.

No entiendo a quien dijo que escribir era como un parto: feo, doloroso, insufriblemente doloroso y sucio, pero que de ello salía algo maravilloso. A mi no me cuesta demasiado, no me ensucio por que, por más que me duela, me he acostumbrado a escribir a ordenador, y lo que sale, no se realmente lo que es. Hasta ahora nadie, al menos nadie que no me conociese, había leído lo que escribo, pero desde luego no es un esfuerzo, es el mejor de los placeres. LLevo demasiado sin follar, sino no diría eso…

Me levanto y me dejo caer hacia la habitación que ya no huele igual. Antes de escribir me lavo la cara y los dientes. Hago crujir el cuello, me siento en la silla y levanto la pantalla del ordenador. Mientras se enciende tarareo una canción de Héroes del Silencio, acompaño la melodía con los torpes golpes de los dedos en el escritorio: “sirena vuelve al mar, varada por la realidad…”. Abro el programa y el archivo, le hecho un vistazo rápido a las páginas que llevo para ponerme en situación.

Vuelvo a darme cuenta de que nunca me apetece empezar a escribir y que un día podría no parar si empiezo a ello. Aparto los últimos coletazos de un mal pensamiento, y pongo música. Me acomodo en la silla, convencido de que la postura es lo que me desanima a teclear.

Quizás me guste escribir en este estado por que me cuesta más divagar que si estoy contento. Es curioso, nunca he sabido cual era el mejor momento, nunca he sido capaz de hacerlo de un modo metódico y ahora yo mismo me he buscado esto, no me queda más remedio que cumplir con horarios y calendario.

No puedo quejarme, esta ciudad me lo ha dado todo. Puedo hacer lo que quiera, o casi, puedo salir de copas, ver películas, leer y encima me pagan puntualmente a principio de mes, por un trabajo que aún no he terminado; llegarán los lobos, siempre lo hacen. Al menos así me he acostumbrado a pensar.

Dedico un par de horas a completar otras siete páginas que oscilan entre descripciones detalladas de un paisaje expresionista, algún diálogo medio decente y un breve avance en la trama, debo contener un poco el avance de la narración o me quedaré sin historia.

- Que coño, que se encargue ella de echarme la bronca y de corregirlo, para algo le pagan su suelo como mi enlace.

Detengo el avance de mis dedos sobre el teclado, cojo un cigarro y el mechero y aspiro hondo mientras enciendo uniformemente la punta. La primera calada siempre es la mejor. Ya nada puede detener mis divagaciones

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