lunes, 14 de diciembre de 2009

Cuentos de un escritor en la Alhambra (parte VII)

A penas si recuerdo partes de aquella noche. De aquel desencuentro. Imágenes sueltas que aún me bombardean la cabeza. Ideas que aún duelen al volver a cruzarse por mi mente. Hace ya dos días que a penas si salgo de la habitación para ir al baño y a por agua. Hace ya dos días que solo salgo de casa para comprar tabaco. Hace ya dos días que no escribo ni una sola línea, para qué.

Ellas lo intentan, cada vez que me las cruzo por el pasillo, cuando van a salir, con cualquier pretexto, recordándome que no pasa nada, que podemos hablar, que merece la pena que salga, empezar a olvidar.

No necesito hablar, no necesito nada. Me doy cuenta de que estoy destrozando una relación, de que las acabaré perdiendo como siga así más días: Acabaré pagándolo con ellas.

No he comprobado las redes sociales, no me conecto a Internet y desde ayer a mediodía no he vuelto a encender el móvil. La editorial no llamará, saben que llevo mucho adelanto, no se molestarán, nadie se molestará.

Cada minuto que pasa duele un poco más, de otro modo, en otro punto. Cada poco tiempo me asola el recuerdo de su cara, de alguna conversación, de alguna pequeña broma, de esa sonrisa que aún consigue hacerme temblar. Lo peor no es eso, lo peor es cuando la recuerdo con…cogida de la mano, sonriéndole.

Terminan por convencerme para salir a tomar un café. Me ducho, apesto, hace tres días que no me ducho, que a penas como, que no he visto la luz del sol más de diez minutos seguidos.

No nos hace falta caminar mucho, me llevan al “De cuadros”. Todo apesta a ella, todo me la entrega en bandeja de plata a la memoria. Me pido un irlandés. Se miran entre ellas. Son adorables, siempre preocupándose. Lo bebo tranquilo. Les doy conversación, les cuento como fue. Les miento, me miento. Les digo que es algo que tenía que pasar antes o después, que, simplemente, no me lo esperaba, no tan pronto.

Les digo que es doloroso, pero que les agradezco que estén ahí. Es cierto y casi no consigo sostener la mentira, casi dejo caer una lágrima y descubro todo.

No es su juego, no lo entenderían, ellas son felices, tienen su vida, pelean por terminar su carrera. No es que no tengan problemas, no es que no sea duro, es, que no lo entenderán.

Volvemos a casa, me cuentan las tonterías, tratan de hacerme olvidar, de que me ría. Juego, pero no puedo sonreír, no sin que duela demasiado fingirlo. Parecen contentas, saben que no estoy bien pero han hecho lo que han podido, es más de lo que podría pedir.

Las siguientes semanas pasan algo mejor. Es duro, pero poco a poco voy volviendo a una cierta rutina. A penas duermo por las noches, pero intento avanzar, queda poco, y tiene que merecer la pena.

Dos semanas después del encuentro en el cine tengo listo un borrador definitivo sobre la novela. La entrevista del día siguiente en la Editorial, con Emiliano, sería el cierre de aquel mes horrible. Lo más probable es que necesitase algún retoque, pero pronto sería un autor publicado.

La esperanza es lo último en desaparecer, siempre había querido pensar así, pero para un pesimista voluntarioso es difícil. Aún así estaba confiado, todos los borradores anteriores habían sido muy bienvenidos y este era sin duda el mejor, el definitivo. Después de mañana todo volvería a empezar.

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