lunes, 14 de diciembre de 2009

Cuentos de un escritor en la Alhambra (parte VI)

Llegó al cine. Aparcó el coche. Cerró el contacto, palpo los bolsillos para comprobar que llevaba todo. Abrió su puerta, y en un gesto casi ridículo apuró para, caballerosamente, abrir las puertas de sus dos acompañantes, que agradecieron el gesto con una sonrisa.

Le gusta hacer ese tipo de tonterías cuando estaba de buen humor. Disfrutaba de los excesos de una caballerosidad caduca e innecesaria y ellas sabían seguirle el juego a la perfección. Pura apariencia, pura e inocente diversión.

Encendió un cigarrillo, aún consciente de que a penas podría disfrutarlo en el trayecto entre el coche y la entrada del centro comercial. Mientras caminaban hacia la entrada le asaltó una estúpida duda: ¿Había cerrado el coche antes de encenderse el pitillo?. Seguramente si.

En los siguientes segundos las imágenes de su salida del cine, el coche que no aparece. Quizás me habré dejado la puerta sin cerrar y le han hecho un puente. Ella rompe a llorar, no es capaz ni de acercarse a ella. Se agobia.

- Tengo que comprobar una cosa en el coche- afirma nervioso-. Id cogiendo las entradas y ahora mismo os las pago. Tardo dos minutos.

Apura el cigarrillo, lo lanza delante suya para pisarlo. Llega junto al coche y ya más tranquilo comprueba que si que había cerrado todas las puertas. "Maldito mando, al final nunca sabes si has cerrado o no".

Reprendió la marcha, en pequeñas carreras, intentando alcanzarlas antes de que hayan comprado palomitas. No soportaba que le echasen mantequilla.

Se paró, en seco, frente a la puerta de aquel monstruoso centro comercial. El colocón de la marihuana había desaparecido hacía horas, pero algo lo mareo hasta la nausea. Tuvo que reprimir las ganas de vomitar. Palideció.

Intentó reemprender la marcha, pero las piernas no le respondían. La cabeza le daba vueltas. No podía pensar, pensó que se desmayaría. El miedo a caer al suelo fue mayor que cualquier otra cosa. Tragó saliva y siguió caminando.

Sucede, algunas veces, que somos conscientes de que debemos apartar la vista, que seguir mirando puede obligarnos a ver algo horrible, algo aterrador; pero acaso no todo el mundo, en una película de terror que se tapa la cara para no ver, deja una pequeña rendija entre sus dedos para poder seguir mirando. Es superior a nosotros, es casi instintivo, es tremendamente dañino.

No podía mirar a otra parte, no era capaz por más que todo su cuerpo se estremeciese y se enfureciese a cada instante en que no apartaba la vista. Si por un solo momento pensó en dejar de mirar fue mayor el miedo a perderse un gesto que lo pudiese tranquilizar que la sensación de vacío que le provocaba aquella escena.

Caminando, de pie, hacía los mismos cines, el mismo puto día, a la misma hora, quizás a la misma película. De toda la gente que se podía haber encontrado allí, después de tanto tiempo, tenía que haber sido ella.

Hacía al menos un mes y medio que no la veía, que incluso había evitado el contacto, sorteando los sitios a los que solía ir. Sabía que encontrársela era una posibilidad, pero no entonces, no tan pronto, quizás nunca más.

Cogida de la mano, él no dejaba de sonreirle. Debía tener uno o dos años más que ella. Nunca lo había visto, quizás fuese un amigo, quizás solo lo conoció en un bar. Que coño le importaba, no quería saberlo, solo quería que desapareciese de allí, cuanto antes, y no tener que verla nunca más.

Apuró el paso, decidido a entrar por una puerta distinta. No quería ni imaginarse teniendo que saludarla. Intentó localizarlas dentro del hall, era inmenso, debía darse prisa, con un poco de suerte irían a otra película y nunca más tendría que sentirse así.

Noto como le agarraban el brazo por detrás y se sacudió en un escalofrío. Se giró.

- ¿Estás bien?- preguntó asustada.- ¿No te estará dando un amarillo?.

-No estoy bien. Que si que estoy perfectamente. ¿Nos vamos a ver ya la película? Vamos a llegar tarde...el coche estaba cerrado.

Le costó encontrar la sala. No compró palomitas. Decidió que necesitaba un minuto en el cuarto de baño antes de entrar. Les pidió que lo esperasen dentro, sonrió de la formas más digna que pudo y, evidentemente no consiguió borrar la preocupación de sus caras.

Llegó del bañó con los ojos rojos, apestando a tabaco y con la película recién empezada. Aún así lo miraron durante un rato, esperando al menos un adelanto, una explicación de por que estaba así, tan raro.

La hora y media de película se extendió a lo largo de una eternidad. Sosteniendo la rabia que le impulsaba a irse de la sala, a salir a gritar. La necesidad de fumar, de beber, de olvidar, de llorar. Teniendo que, al menos, sonreír, cada vez que el público de la sala aplaudía con sus risas la labor de aquellos cineastas. Evitando cruzar su mirada con la de ellas, consciente de que le preguntarían, de que realmente estaban preocupadas.

Los créditos, unas escaleras interminable, le temblaban las rodillas y no era capaz de recordar una sola linea de diálogo. Solo aquel rostro sonriente que, alguna vez, había sido para él. Aquella mano, que lo había acariciado furtivamente. Aquellos ojos que lo habían mirado como nadie hasta entonces.

Ellas no sabían que decir; ni siquiera se atrevían a preguntarle que le pasaba, no podía pensar en ellas, bajaba solo las escaleras, nadie quedaba en la sala, a pesar de las luces el caminaba a oscuras hacia la salida. Chocó con alguien que caminaba más lento delante de el:

-Perdone- se disculpó como si le hubiesen tocado un resorte.

-No pasa nada- oyó responder.

- ¿qué tal?. Te ha gustado la película. Que pequeña es Granada- una sonrisa iluminaba su cara.

- Si, no...no ha estado mal...la verdad es que tenemos un poco de prisa, las niñas tienen clase mañana..ya hablamos otro día.

No esperó ni siquiera ha oír la despedida. Atravesó por entre la gente y se encaminó hacia la salida, directamente hacia el coche, sin mirar atrás, ni siquiera para comprobar si ellas le seguían. A la mierda la cortesía, ni siquiera era capaz de pensar en nada.

Para cuando ellas llegaron, apneas un minuto más tarde. Lo encontraron de pie, junto al coche, quieto, con la llaves en la mano. Completamente inmóvil. Solo se giró para mirarlas, con los ojos enrojecidos y un temblor en las manos cuando lo llamaron. Les dio las llaves y se sentó delante.

No habló en todo el camino a casa. No habló en el ascensor. Ellas no se atrevían. No sabían que decir. No sabían que hacer. Llegaron a casa; simplemente dijo buenas noches y se metió en la habitación.

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