lunes, 14 de diciembre de 2009

Cuentos de un escritor en la Alhambra (parte V)


Mereció la pena hacer la comida.

- Así da gusto- reconoció- sois unos comedores excepcionales.

- Yo ya voy borracha- reconoció-.

- Yo tengo el puntillo pero como siga un poco más- reconoció entre risas-.

Decidí liarme uno para celebrar el éxito, con lo que he avanzado, puedo permitirme echar la tarde tranquilo.

Cinco minutos después sonrisas psicotrópicas y una densa capa de humo inundaban el salón. A penas podíamos contener la risa ante cualquier tontería que decíamos o que vociferaba desde la televisión. Una tarde entregada a los brazos de la pereza y una viejas películas de Chaplin.

Siempre me divertí con las películas mudas, pero aquella tarde la compañía y aquella marihuana hicieron mucho más llevadero el humor melancólico de Charles Chaplín. Sin a penas darme cuenta eran las siete de la tarde. Ya que habíamos perdido la tarde completamente, decidí invitarlos al cine.

- Oh Brother!. La última de los hermanos Cohen-anuncié victorioso- No me puedo creer que a penas hayáis visto nada de ellos. Si llevo hablándoos de sus películas desde que llegué al piso.

- No todos tenemos un trabajo que nos permite pasarnos el día leyendo, escribiendo, viendo cine y fumando...- reía burlonamente porque acaba de conseguir esquivar el enésimo intento por golpearle.

- ¿Os venís, o qué?.

- Claro, total ya hemos perdido la tarde por tu culpa.

- Ya verás cuando nos suspendan por tu culpa.

- ¡Eso!. ¡Prepárate!- me amenazaban entre bromas y contoneos.

- Tenéis diez minutos para estar listas. ¿A qué esas caras?. Solo vamos al cine. Además no estais buscando marido ni nada...-ahí fui yo el que debí correr para refugiarme.

Unos veinte minutos después arrancaba su coche para intentar no llegar demasiado tarde al cine.
Si estaban más guapas, como me vi obligado a reconocer. Pero no merecía la pena llegar tarde al cine para que fuesen, un poco más guapas. Me libré de un golpe o una colleja por que yo conducía.

Insistieron en guiarme todo el camino. Si, solo llevaba dos meses en aquella ciudad, pero la conocía muy bien, especialmente el camino a aquel horrible cine. Siempre había añorado los viejos cines, en los que las butacas crujían, el suelo siempre estaba pegajoso y el sonido y la película a veces patinaban. En aquellos cines había labrado mi amor por el séptimo arte. En aquel cine había hecho el amor.

Un sábado, en las sesión de las once, una película que nunca sería capaz de olvidar. Con apenas diecisiete años, con mi novia. Mereció la pena, nunca recordé aquella película tan aburrida, pero nunca fui capaz de olvidar aquella noche, ni aquellos cines, que poco después murieron.

Estos nuevos cines, el imperio de las luces, la tecnología "dolby surround", una pantalla enorme, descomunal, palomitas industriales recalentadas, un cine frío, masificado, nadie podría hacer el amor allí, ni aún estando solo.

El camino se hizo corto, a pesar de que casi nos perdemos por su culpa, querían recuperar el tiempo que habían perdido al maquillarse y vestirse. Es un atajo, me aseguraron, por aquí se llega antes, convinieron, y casi consiguen que me pierda aquella película. Y quizás, hubiese sido todo distinto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario