miércoles, 9 de diciembre de 2009

Feria III


Recogió de la mesilla el libro y apuró las páginas con avidez. Prestaba atención comedida a aquellas inmortales palabras, pero su mente ya se ocupaba en el siguiente relato. Tan solo se detuvo un par de veces a pensar en Eva, a confirmar memorizando sus excelentes capacidades.

Realmente había sido impagable. Quizás nunca había tenido un amante así, con quien avanzar de ese modo hacia un orgasmo inevitable y anunciado. Quizás simplemente hacía mucho que nadie hacía que se corriese de aquella manera.

Aún así, ver interrumpido su ritual un par de veces, se antojaba demasiado, un sacrilegio. La chica no había sido ni mejor ni peor que otras...quizás más comunicativa, tal véz un poco menos osada, desde luego más segura y menos pretenciosa...¿sería esa su magia?

Avanzó varios capítulos de una tacada y al sentir llegar una nueva oleada de sueño, se levantó de la cama de un salto y caminó desnudo hacia la cocina de la caravana desesperado por otro cigarrillo y un café cargado.

Recogió los restos de anoche, colocó un poco la cama y abrió el pequeño respiradero para dejar entrar algo de una fría brisa matutina que se arremolinaba exiliada en el exterior de una feria aún aletargada.

El sonido de la cafetera sobre el hornillo y un fuerte olor que empapó rápidamente la estancia, marcaron los tiempos. Preparó un taza, recuperó un poco de leche, descubriendo que hoy comería con su hermana, otra vez, alcanzó el azúcar y lavó una cucharilla.

Encendió su cigarrillo favorito, en ayunas y con un buen café con leche y comprobó, con la mirada perdida, que todo seguía en su sitio allí fuera y acá dentro.

Terminó el café, intentando evitar los posos, y tras dar las últimas caladas al pitillo, volvió al calor bajo las mantas, en compañía de otro "ilustre y fundamental escritor de todos los tiempos. La garantía que solo un clásico intemporal puede aportarnos".

La narración avanzaba sin demasiadas complicaciones, no de un modo previsible, pero sin requerir demasiada de su atención, que se ocupaba en sus propios relatos de fantasía.

Hacia mediodía, revitalizado por los olores a comida que emanaban de todas y cada una de las caravanas cercanas, excepto de la suya, decidió que podía reservar los dos últimos capítulos para la hora de la siesta, a la que nunca había sido afín y presentarse sin avisar junto a Marta.

- Siempre me haces lo mismo- aseveró a modo de saludo.

La beso tiernamente en la mejilla y removió su largo pelo negro, de un modo que sabía que le molestaba, pero al que se había acostumbrado a lo largo de los años.

- ¿Qué tal se os dio la noche?. Hola Marcos, tienes cara de cansado, exigencias maritales...

-Lucas!- protestó marta de un modo exagerado ante la sonrisa de su marido.

- Y a ti?. Cómo siempre, no?. No se como te aguntan.

- Por que les doy lo que necesitan y no se atreven a pedir....

- Me refería a Alberto. Siempre que llegamos a una nueva ciudad, antes o después, te escapas con alguna chiquilla y el se queda trabajando, sin decir nada.

- Tenemos nuestros arreglos- sonrió sentándose a la mesa.

- Eres la mejor cocinera que he conocido nunca!- aduló a su hermana

- Normal, nunca las conoces lo suficiente como para que cocinen para ti.

- Es que tengo miedo a que me decepcionen. Además tu eres la mujer de mi vida...con tu permiso- aclaró entre risas mirando a Marcos.

Marta era la única mujer de su vida, con la que siempre se había sentido cómodo. Su hermana mayor, la niña de sus ojos, y su madre desde hacía tanto. Marcos era un buen hombre, sencillo, regordete y trabajador. La quería, siempre la había tratado bien y eso era más que suficiente para él; en cierto modo siempre se tomaba a si mismo como patrón, y no hubiese querido algo así para su hermana.

Porque nunca habían tenido hijos, a pesar de que solo llevaban dos años casados, es algo que nunca se había atrevido a preguntar, por miedo a herirla, aunque siempre había deseado unos sobrinillos a los que cuidar y que lo incordiasen, lo suficiente como para disfrutarlos pero no para padecerlos. De alguna manera siempre supo que no sería un buen padre, estaba convencido de ello, y de cualquier modo, amaba a las mujeres demasiado, a demasiadas, y no quería someter a aquel castigo a quien debiera ser fruto una decisión.

Tras la comida, recogió la mesa, fregó los cacharros y preparó café para dos. Marta siempre, siempre, se echaba un rato después de comer, y el dejaba que Marcos viviese sus propias fantasías con sus relatos de cama.

- Tienes una suerte. Has estado con montones de mujeres, has disfrutado de cada una de ellas, y luego simplemente las olvidas y a por la siguiente.

- Uno siempre hecha en falta lo que no tiene e infravalora lo que tiene- sentenció.

- Sera eso, voy a acurrucarme al lado de Marta, le encanta que pasemos los últimos minutos de siesta juntos.

-Hasta la noche- se despidió con una sonrisa de aprobación en la cara.

Marta lo había pasado mal. Demasiados cabrones para una chica tan buena. Con algunos de ellos se había tenido que romper la cara, claro que ella nunca lo sabría.

Solo esperaban Stendhal y su próximo relato inédito

2 comentarios:

  1. En este caso no comentaré nada... pero tengo algo que decir, cuando tengas todas las partes espero encontrarlas en mi correo electrónico para poder valorarlas como se merecen, en conjunto y con calma.

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  2. este creo que aún irá para largo el que espero terminar de colgar es "cuentos de un escritor en la Alhmabra"
    gracias por tu interés!, nos vemos pronto

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