domingo, 17 de enero de 2010

Cuentos de un escritor en la Alhambra (parte IX)


Llegue a casa exultante, pletórico, con dos botellas de vino en las manos. Ni si quiera sabía si estarían allí. Ni siquiera sabía por que llevaba las botellas, si realmente lo que quería era invitarlas a comer, salir, celebrar, beber, terminar de olvidar, pero sobre todo compartir aquello que le ardía en el pecho con quienes más le habían apoyado desde que había aterrizado por motivos equivocados en aquella ciudad impregnada de magia.

Entré en casa. No pensé ni siquiera que pudiesen estar acompañadas, que estuviesen estudiando, acompañadas o ocupadas. Siempre habría tiempo de pedir disculpas más tarde. No me contestaron. Llamé a las puertas no había nadie en casa.

- Joder, también es mala suerte, cuando más las necesito, cuando más me apetece que estén aquí- reí en voz alta.

Pensar todas la veces que han estado aquí para lo malo, para lo peor, y ahora que podría darles una buena noticia, que podrían verme sonreír como nunca...

Me senté el salón, me levanté, cogí el cenicero, volví a sentarme en el sillón, me levanté a por un vaso. No me gusta beber solo, pero que demonios, ya vengo contento de la comida.

Reposé la cabeza en aquel sillón viejo cuyo cuero chirriaba ante la mínima variación de peso. Tomé un trago generoso de vino y di una calada larga. Simplemente las disfruté.

Noté como una pequeña lágrima recorría mi cara, no la sentí brotar simplemente estaba allí, y solo estaba seguro de no poder decir si era una lágrima de alegría o de tristeza, de las dos o de ninguna.

Pensé por un momento: "Claro estará en clase y trabajando,pues está noche más les vale no hacer planes, por que pienso sacarlas a las dos a cenar y a ver amanecer con una botella en la mano desde el mirado de San Nicolás".

Sin poder evitarlo, siempre he sido un estúpido romántico...

Terminé el vaso de vino y el cigarrillo y me acomodé en el sofá, dejé que el sueño me invadiese, notaba el calor del vino y me sentía muy a gusto. Decidí dormir un rato y esperarlas: "En cuanto lleguen nos vamos por ahí, ¡sin excusas!".

Desperté tiempo después, no estoy seguro ni de que hora era, solo se que el móvil sonaba. Pensé que sería alguna de ellas para preguntar por la entrevista, o Emiliano para confirmar algún detalle para la reunión del lunes, la firma del contrato definitivo, comentarme las ediciones...

Palidecí al ver la pantalla iluminada. No quería creerlo. MI estómago protestó de un modo tan violento que casi me hace vomitar...Noté una gota de sudor frío discurriéndome por la frente.

Silencié el móvil, volví a dejarlo sobre la mesita de te y alcancé, tembloroso el paquete de tabaco. A duras penas si fui capaz de encenderme un cigarrillo, no acertaba a hacer funcionar el mechero, a sostenerlo entre los labios.

El humo me quemaba los pulmones, el estómago me dolía de un modo insoportable y mi mente enloquecía entre miles de hipótesis descabelladas, entre una esperanza pueril y un odio furibundo que solo se puede sentir hacia a quien se ha querido demasiado.

¿Qué cojones quería ahora? ¿Es qué estaba dispuesta a arruinarle cada día de su vida? Era demasiada casualidad, esa misma mañana le dicen que lo van a publicar y por la tarde recibe una llamada de ella...era imposible, no tenía manera de haberlo sabido, era una estupidez, pero por que tenía que llamarle ese día, por que non hace un mes, o dentro de...o nunca...

Empecé a tranquilizarme, me serví otro vaso de vino, apagué los restos incendiados de un pitillo e intenté respirar hondamente varias veces. empecé a calmarme, fui a buscar el ordenador, puse un poco de música y decidí empezar la fiesta yo solo.

Por un momento había olvidado que tenía una marihuana guardada especialmente para cuando llegase un día como este.

Ya de vuelta en el salón algo más tranquilo y triste, un par de tragos al vino y manos a la obra...a olvida de nuevo, cada vez más pronto.

Coloque el tabaco el papel, aproveche para inhalar de aquella chivata, anunciarme un viaje al que pronto partiría, niebla y olvido, nada más.

Rompí el cigarrillo y volqué su contenido en la palma abierta, empecé a deshacer aquella generosa pieza verde y a desmenuzarla con los dedos dejándola caer sobre el tabaco. Puse el papel sobre la mezcla y en un gesto firme le di la vuelta. Situé con cuidado la mora y lo hice girar hasta que se repartió de un modo uniforme a lo largo del cilindro, cerré el papel y lo humedecí con la lengua. Un trago más al vaso de vino que saboree en la boca antes de tragarlo. Prensé el cigarrillo y lo coloque sobre la mesita de té, preparado para sumergirme con el, en el.

Sonó el timbre. "Por fin"-pensé- "aquí llegan; nos fumamos esto mientras se lo cuenta, que se arreglen un poco si quieren, un vasito de vino y nos vamos a celebrar".

- Si- contesté en el telefonillo-. No se ni porqué me seguía afanando, ese maldito aparato nunca había funcionado bien, había que abrir la puerta y esperar junto a la puerta para saber quien era.

Oí el ascensor y esperé junto a la puerta, contento, con el cigarrillo en la mano, dispuesto a contarle, o a contarles todo lo que me había pasado, listo para advertirles que nada importaba más que salir a celebrar, que no servían excusas.

Sentí como llegaba el ascensor al piso indicado y abrí la puerta

- No os creeríais lo que me ha pasado en todo el día...

Negra sombra, pálida puñalada en las costillas, un golpe en la boca del estómago, "esa herida en el cielo de la boca que curaría si pudieses dejar de pasar la lengua por ella", tal como decía Brad Pitt en aquella película.

Ella, nada menos que ella, mi estomago no lo soporta más, mi mente no quiere seguir procesando, mi cuerpo se niega a responder, nada en mi, en mi cuerpo soporta aquel encuentro.

- ¿Qué haces aquí? ¿Que quieres?-balbuceo de un modo más triste que iracundo o amenazador.

- Te llamé al móvil, antes, estaba por aquí para comprar unas cosas...hace demasiado que no se de ti. ¿Puedo pasar?.

Mi cabeza me traiciona con un gesto inconsciente que parece invitarla a entrar, mi mano o mi cabeza o todo yo, no es capaz de cerrar la puerta, de olvidar, de ser egoísta, por una vez.

- ¿Como te ha ido? ¿Qué tal el libro? ¿te queda ya poco para entregarlo, no? ¿me lo vas a dejar leer alguna vez o lo voy a tener que comprar como todos?- sonríe y me atraviesa.

Sin decir nada me voy al baño. Vomito, demasiadas impresiones para un día, no lo soporto más. Me lloran los ojos, no se si por las arcadas o por ella, por mi, por no saber ser egoísta, por una vez.

-¿Qué te pasa? ¿estás mal?- parece preocupada.

- Estoy mal del estómago acabo de vomitar.¿Por qué hoy?

- No te entiendo...

-¿Por qué tenías que venir hoy, precisamente hoy?, después de tanto...

-Pasaba por aquí por las compras...¿Qué te pasa conmigo? ¿Hace cuanto que no me escribes, que no me coges el teléfono, que no te conectas, que no se de ti?.

-¿Qué quieres?- de nuevo suena más acobardado, triste, que borde o violento.

-Saber que te he hecho, que ha pasado. Quería saber que te pasaba- la tristeza no se borra de su cara.

- No me pasa nada, he estado ocupado. Tengo mucho que hacer, además tu también estás ocupada no. Seguro que tienes un millón de cosas mejores que hacer- no dejo de sonar lastimero y eso hace que me hunda aún más.

- Si que te pasa algo, desde aquel día que...

-¿Qué día?- hasta un niño sabría que no estoy sorprendido.

- Desde que nos vimos en el cine. Me viste con Luis.

-...

- Desde ese día no he vuelto a saber nada de ti. Y ese día ni siquiera te despediste de mi. Emilio...ya lo habíamos hablado, sabías que podía pasar...

- ¿Para esto has venido?. ¿Para echarme en cara lo mal que llevo que tengas novio?. Que no te conteste, que intente hacer mi vida y aún así no me pueda olvidar de ti. Eso era lo que tenías que hacer por aquí.

- Eso no es justo...¿Que quieres que haga...? Que no siga con mi vida, que no haga nada. No pudo ser, no...

- No quisiste que fuera, que es distinto. "No pudo ser", "tuvimos mala suerte"...eso te lo podías haber ahorrado, creo que me merezco más que una mierda de tópico- por primera vez, entonces y siempre, me mostré enfadado, pude demostrarlo.

- Y que querías que hiciese, que pretendiese lo que no era, que te mintiese, que me mintiese.

- ¿Me has oído pedirte alguna explicación?.

Las primeras lágrimas asomaban en sus ojos, pero estaba fuera de mi, me daba igual, o eso me hacía pensar la adrenalina.

- ¿Y ya está, eso es todo?. ¿No vamos a saber nada más el uno del otro?. ¿Todo o nada?.

- Yo no escogí que las cosas fueran así...

- Y yo si!!!!- levantó la voz, lloraba abiertamente, pero era demasiado tarde, para todo, incluso para parar.

- Tu sabrás que decisiones has tomado...

- ¿Que quieres que me vaya? Si no vas a hablar conmigo como un adulto...Pensé que podía venir aquí, ver como estabas, saber algo de ti. Demostrarte que seguía estando ahí...que te seguía queriendo.

Sonreí, no pude evitarlo. Fue el límite que podía soportar. Recogió la chaqueta, y se fue airadamente, sin una gran sentencia al final, sin una gran frase, sin mirar atrás.

Me quedé solo en la sala, con el sonido de su portazo clavado en mis sienes, con el olor de sus lágrimas impregnando toda la habitación, con un puñal en el estómago y el corazón que ni podía ni quería quitarme.

Me senté, temblaba, estaba rojo, y la boca aún me sabía a vómito. Todo mi cuerpo parecía estar más allá de aquellas paredes y mi cabeza...simplemente en blanco.

Aguanté así lo que tardé en fumarme aquel cigarrillo. Sin saber cómo o por qué fui hasta la habitación cogí las monedas, la cartera y las llaves, el tabaco, el mechero y el teléfono móvil.

Caminé a lo largo de constitución sin tener claro a donde ir, avancé por Gran vía, levanté la vista y entré en un bar. Pedí una cerveza, otra, otra. Encendí un cigarrillo otro, otro. No podía pensar, no sabía que hacer, a quien llamar, a donde ir.

Cuando salí del bar ya era de noche, y la alegría que arrastraba desde el vino de la comida había aumentado considerablemente.

Decidí caminar hacia Pedro Antonio, seguro de allí encontraría algo, o nada. Deambulé, solo de bar en bar, evité a los relaciones públicas, a algún borracho pesado y violento. Caminé, fumé, bebí, no pude olvidar, aquellos olores, aquel rostro triste, aquellas palabras, no se borraban.

La noche siguió avanzando, los bares cerraban y yo seguí erráticamente caminando a través de calles que cada vez me sonaban menos. Cada vez quedaba menos gente por la calle, cada vez se acercaba más la hora del amanecer. Pasé la noche ignorando las llamadas del teléfono móvil, terminé por apagarlo.

Caminando erraticamente, unas veces siguiendo a grupos de borrachos, otras pensando si volver a casa, hablar con ellas, dejar que me consolaran, otra vez, de nuevo acomplejado por ser una carga, en dirección opuesta, llegué a los pies del Albaicín.

Un poco más sereno, ante la imposibilidad de seguir bebiendo, tanto por que los bares cerraban a mi paso, como por que mi maltrecho estómago no lo hubiese soportado, decidí subir a pensar al mirador.

Me senté en uno de los bancos. El amanecer amenazaba con despuntar y me encendí un cigarrillo con la colilla del último. A mi alrededor nadie, era demasiado tarde, o quizás demasiado temprano. Dejé pasar las horas sin hacer otra cosa que fumar y pensar.

Llegó el amanecer. Las siete de la mañana calculé.

- Un nuevo día de mierda- pensé en voz alta.

Oí una puerta abrirse a lo lejos a mi espalda. Me di la vuelta, por simple curiosidad. Me soprendió ver pasar a una chica, muy abrigada.

¿Qué haría a esas horas en la calle?. Desde luego no parecía estar borracha, tampoco parecía estar llegando a casa. Más bien daba la impresión de salir de casa. Para ir a la facultad, o quizás a trabajar. Nadie se levantaría sino a esas horas un viernes.

Se acercó al mirador. Me miró, pero no excesivamente sorprendida.

-Buenos días- dijo con voz dulce y sonriendo. ¿No es precioso?- dijo señalando el amanecer.

- Depende de cada uno la verdad. Los he visto más bonitos supongo.

- Yo me levanto cada día, antes de ir a la facultad, para ver el amanecer, cuando puedo al menos desde aquí. Nunca he visto algo igual. La gente no me entiende, pero les digo que es lo más egoísta que puedo hacer. Reservarme este momento cada mañana.

- Mucho gente debería aprender a ser más egoísta, al menos de esa manera...

No dije nada más, saqué mi libreta de notas. Escribí en ella y la dejé en el banco. Aquella chica ni siquiera se daría cuenta. Parecía hipnotizada por aquellos primeros rayos. Sonreía. Era feliz. No la envidié. Ya no.

1 comentario:

  1. La historia continúa, creo que es la primera vez que nombras el nombre de nuestro protagonista, Emilio, ¿quizás un guiño a Rousseau?

    Coincido plenamente en la visión gris y romántica del autor, supongo que es un mal generacional o por lo menos de una gran parte de los ciudadanos menores de treinta.

    Me sigue sorprendiendo el carácter intimista de tus textos, la precisión de los sentimientos y la claridad de ideas. Son buenas bazas para un escritor.

    Como nota final, informarte de que nuestro Emilio al salir de casa se dejó el cigarro de maria sobre la mesa. (fail!)

    Salúd y Libertad!

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