miércoles, 5 de mayo de 2010

Feria V

Aquello era totalmente inesperado.

Si, la había visto el día anterior. Si, habían pasado una noche juntos y ninguno de los dos podría haberse quejado del resultado de un modo justificado. Pero...Eva no le había parecido el tipo de chica que volvía al día siguiente buscando un nuevo encuentro.

Esa era la única razón que había amarrado a aquella en su cabeza a ratos, entre párrafo y párrafo. Que, por una vez, no solo él, tuviese claro que aquello no llevaría a ninguna parte, fue paradójicamente lo que trajo a su imaginación, más de una vez. Mientras leía los capítulos finales del libro, o cuando intentaba convencer a una chica, cualquiera, de que su novio debía intentar conseguirle algo en el puesto, ajeno a los celos de este y el deseo de ella, recordaba en "flashes" el sabor de su figura, el olor de sus gemidos, el tacto de su mirada.

Resultaba innegable que Eva le había dado la mejor noche de cuantas había tenido en su vida, y no habían sido pocas o diversas. Era cierto que, excepcionalmente, no le hubiese incordiado demasiado que, al despertar, ella se estuviese vistiendo para marcharse, en un gesto perfectamente calculado, o que se hubiesen encontrado de otra manera. Pero que apareciese directamente en su puesto, la noche siguiente.

No buscaba miraditas, verla parada con sus amigas, o dando vueltas a la feria para acabar siempre en el mismo punto. No pretendía que ella se ofreciese, o que intentase cortejarlo, pero lo que no se esperaba de ningún modo era aquella forma tan frontal.

Ya había decidido que esa noche era suya; ese era su problema.

Ni siquiera por Eva haría una excepción, ni siquiera por volver a acariciar un cuerpo delicioso, no cambiaría sus propósitos, de pasar aquella noche en vela, por una promesa de sexo hasta el amanecer, ni siquiera por la posibilidad, que se gestaba en lo hondo de sus entrañas, de acabar teniendo algo más con aquella chica.

La mayor parte de la gente creía o bien, que Lucas era tan terriblemente inmaduro e inseguro, o que era completamente incapaz de tener una relación medianamente estable o adulta con una sola mujer, defendían, tal vez, que era un megalómano patológico que necesitaba acumular trofeos para suplir algún tipo de complejo, o le atribuían sin más justificación el sambenito de mujeriego.

Ninguna de estas ideas era cierta, no del todo al menos. Evidentemente era un feriante bien parecido, bohemio, con facilidad de palabra y amplia experiencia en el arte del engaño, que es sobre lo que, en definitiva se sustentan las relaciones humanas y especialmente el "amor"; no era menos cierto que gustaba de todas y cada una de las mujeres bonitas que solían dejarse caer por la feria, solas o acompañadas.

Nunca podría negar, si hablase por ejemplo con Alberto o con Marta, incluso con Marcos, que ninguna de la mujeres de su vida le había aportado nada más que noches de sexo y placeres negados para otros, ni que nunca había permitido que ninguna se acercara lo suficiente como para descubrir nada en él.

Lo cierto es que quizás nadie fuese consciente de dos aspectos fundamentales para entender el comportamiento de Lucas, tal vez ni el mismo: la intersección en su vida de Alberto y el auténtico porque de su "modus operandi" con el género opuesto.

Sobre su actitud, alabada y criticada a partes iguales, solo cabe añadir dos cosas: jamás mintió a una mujer sobre sus propósitos, a ninguna de todas ellas les anunció, de ningún modo, que bajaría la luna a sus pies o que las vería más de una noche o dos. Y que cada parroquiano tenía al menos un par de pantalones y una explicación sobre porque se comportaba así.

El caso de Lucas solo podía entenderse, conociendo los pormenores de su relación con Alberto.

Es cierto que antes de conocerse ambos jóvenes, Lucas gustaba de igual modo de las mujeres, que no hacía distinciones de edad, situación o dificultad en conquistarlas, y que no solía dormir más de dos noches con ninguna.

Sería fácil creer, por ejemplo que Alberto había hecho madurar a Lucas, o que le había servido de ejemplo, que le había mostrado las ventajas de no buscarse problemas en cada pueblo en el que se detenían, o que su amistad lo había reformado.

Nada más lejos de la realidad.

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