miércoles, 5 de mayo de 2010

Feria VI

- No pensé que volverías a venir hoy por aquí- confesó sin ningún pudor.

- No pensaba venir- admitió con una sonrisa exenta de máscaras.

Aquel concurso de sinceridades continuó durante algunos minutos más. Durante todos ellos pudo sentir las pudorosas miradas de Alberto desde la otra parte de la barraca. No lo juzgaba, simplemente se preguntaba si realmente volvería a dejarlo solo, solo eso.

No tenía nada que ver con Alberto, sino consigo mismo, se había reservado para si aquella noche, no tenía sentido echarla a perder por una tía, por nadie en realidad. Pero seguía dándole que pensar, aquella aparición inesperada rompía muchos de los clichés sobre los que había edificado sus últimos años.

Cierto es que hasta hace bien poco no tenía la menor idea de literatura, cine, psicología...sobre bien poco tenía idea alguna que mereciese ser reseñada, pero siempre había tenido el don de juzgar a la gente con apenas unos segundos; de hecho no recordaba haberse equivocado en sus enjuiciamientos nunca: con los novios de su hermana, con la gente de la feria, con Alberto, con Eva...

Pero si no era el tipo de chica que volvía el día siguiente, mintiéndose, mintiendo a los demás...¿qué hacía allí?. Y sobre todo ¿Por qué sonreía de un modo que solo lo hace quién está seguro de que no tiene nada que perder?.

Podía recordar cientos de caras, más o menos bonitas, del día después. Gestos que las delataban, sus vestidos, el olor de quien necesita otra noche, cientos de noches más, es algo que siempre arrastra el aire en situaciones como aquella, las palabras que ninguno de los dos dice, por que no quiere oír lo inevitable deberían flotar entre ambos.

Con Eva no era así, no parecía esperar nada, incluso es como si no lo quisiese siquiera.

No era un problema de orgullo, como todo el mundo había sido rechazado varias veces en su vida, no demasiadas, pero si las suficientes. Lo desconcertante era que todo lo que había sido su sustento, la base de su seguridad en las relaciones sociales se había desvanecido con aquel saludo. Por primera vez tenía que caminar a ciegas junto a una mujer.

-¿Quieres intentarlo?- pregunto burlón señalando hacia el juego de la barraca.

- No la verdad. solo me apetecía charlar un rato- comentó sin dejar de sonreír.

- La verdad es que me pillas muy liado, es una de las últimas noches aquí y no puedo dejas a Alberto solo. Por cierto...Alberto, Eva. Eva, Alberto es mi compañero.

Antes de presentarlos, podía sentir como las mejillas de Alberto subían varios tonos en previsión de una mínima interacción con una mujer, especialmente con una tan bonita.

Eva era realmente una mujer escultural. Media melena de cabellos inusualmente finos, un peinado perfectamente normal y distinto. Una cara afilada y dulce, uno ojos oscuros y severos que no eran capaces de esconder cierta ternura infantil. Un cuello fino y largo que invitaba a seguir bajando hacia unos hombros suficientemente mullidos. Llevaba un vestido delgado y colorido que transparentaba lo justo para no parecer vulgar. No se había detenido a pensar que probablemente fuese el tipo de chica que no se parase demasiado a escoger como vestirse.

Un escote adecuado a las altas temperaturas que, aún con la caída de la noche, reinaban en aquellas tierras, y que permitían, dentro del decoro de quien no publicita en exceso su cuerpo, descubrir dos pechos de una talla para el desconocida, pero que lo conciliaban con prometedores recuerdos.

Aunque, sin duda, si algo destacaba de aquella figurilla de porcelana era un tronco adornado con algún quilo que las dietas no habían sabido robar. Cierto es que no tenía barriga pero sobre sus caderas, generosas y firmes, aparecían sendas curvas grácilmente concordadas con los giros del vestido.

No era especialmente alta, mediría un metro sesenta o un poco más quizás, pero sus piernas tenían la gracia de una vieja bailarina que se hubiese retirado demasiado pronto por una lesión o por negarse a aceptar los sacrificios de la profesión; suficientemente musculadas sin parecer masculinas.

Ajena a complejo alguno en cuanto a su estatura, calzaba unas pequeñas zapatillas casi excesivamente sencillas, de color rojo intenso, que le hicieron creer recordar algún comentario a cerca del mago de Oz.

En el breve instante que le había llevado repasar, de nuevo, aquel cuerpo y aquella pequeña cara sonriente, plagada, por cierto, de muchas pecas, Alberto ya tartamudeaba intentando explotar sus nulas dotes sociales, en un gesto, perfectamente educado, que en su caso suponía una auténtica tortura.

- No suele venir mucha gente hasta los últimos días...además intentamos turnarnos para tener tiempo para nosotros...Lucas es muy buen chaval, siempre que necesito librar me cubre...claro que suele ser al revés- divagaba Alberto hacia Dios sabe donde.

- Este hombre es un auténtico santo- aseveró henchido de amistad- y además es mi mentor particular. Si no fuera por el nunca hubiera descubierto todo lo que se esconde en las bibliotecas de provincias.

- ¿Eso es cierto, gracias a ti este don Juan no es un completo inútil?.

- No...Bueno...en realidad...yo solo le recomendé algunos autores...

- Don Juan e inútil en la misma frase. Desde luego, si supiese que eso era lo que pensabas de mi, no hubiese pasado una noche así contigo. He ido a topar con la mujer más amable del lugar- acusó, pretendiendo permanecer serio.

- Sobre lo de anoche, habría mucho que discutir sobre quien pasó la noche con quién y sobre lo de amable, solo con quién se lo merece.

Aquello no dejaba de crecer y crecer. Lejos de conseguir su propósito inicial, poner fin a aquella anomalía, estaba, quizás sin pretenderlo, tonteando abiertamente con ella. No solo no tenía sentido que hubiese ido a verlo al día siguiente, a las pocas horas de pasar una noche juntos, en la que, solo por la forma en la que follaron, quedaba claro que no esperaban desayunar juntos, o verse nunca más, sino que encima parecían condenados, aún sin quererlo, a repetirlo, por más evidente que fuese ese desvarío.

A aquello tenía que ponérsele fin. Sin más dilación.

- Querías hablar conmigo ¿no?.

- Cuando os sea posible- confirmó burlonamente formal amagando con una pequeña reverencia.

- Alberto, solo diez minutos, ¿de acuerdo?.

- Claro, lo que necesites, tío.

- Te debo dos regalos, y sabes que nunca los olvido. Vuelvo en diez minutos. Estaremos aquí al lado si se llena de gente me llamas, ¿vale?.

-Claro vete tranquilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario